Aprender de las rabietas


Como eramos pocos, parió la abuela. Pasados los sanfermines, nueve días de desconexión total del mundo real han hecho que se nos desequilibre un poco el día a día. Y cuando digo «nos» me refiero a pequeño koala y a mi, porque paleopapi está impasible (al hombre no le perturba nada, que afortunado jeje).Irene ha empezado a tener ciertos comportamientos que, sinceramente, no estaba preparada para gestionar. Y me refiero a mi. Lo primero es reconocer los errores o limitaciones de cada uno y en esta ocasión tengo que decir que me ha pillado desprevenida.

Éste no es un post para saber gestionar mejor las rabietas o con consejos para identificarlas… Sobre todo porque la mayoría de información que he encontrado al respecto es para niños que ya están en su segundo año de vida y que tienen otro nivel de comprensión diferente al de Irene. Vamos, que San Google esta vez no me ha ayudado demasiado.

Antes de sanfermines ya apuntaba maneras. Veía señales de frustración cuando algo no le salía como ella quería (desenroscar un tapón por ejemplo) o cómo se sentaba en el suelo lloriqueando si no quería ir a cambiar el pañal…

Pero todo esto se ha intensificado, además de que ha cambiado hábitos que tenía que, aunque ha sido para bien con respecto de sus queridos papis (duerme del tirón desde hace tres noches), conlleva otras cosillas como el no echar una de las siestas o no comer.

Así que me he puesto en modo observadora, para ver qué hemos hecho nosotros y qué cambios han habido en ella.

En primer lugar los consabidos sanfermines. Nueve días fuera de su casa, de su entorno, entre algodones y con las rutinas cambiadas. Lo que para nosotros puede suponer un pequeño cambio de aires, en los niños es un auténtico cambio de vida – no olvidemos que su percepción del tiempo es muy diferente a la nuestra- Irene ha vivido literalmente en casa de los abuelos, con diferentes rutinas, diferente comida, diferentes atenciones. De la noche a la mañana volvimos a casa y hace falta un tiempo de adaptación. En este sentido quienes lo han sufrido han sido mis tetis. La niña ha querido recuperar el tiempo perdido y devolver la producción a sus niveles anteriores. Insistente ella, lo ha conseguido, eso sí, ha metido horas por un tubo… ha estado literalmente (y todavía lo está) colgada de mi.

Otro aspecto – que por otro lado me parece el más importante – Mi nivel de paciencia y/o saturación. Es como si hubiera estado en un spa estos días, porque la vuelta a la realidad no me sentó especialmente bien. Estoy más floja anémicamente, con un montón de trabajo acumulado y con una hija algo más exigente de lo habitual. ¿El resultado? Que no he sabido gestionarlo. En los momentos críticos me ponía más nerviosa que Irene y lo que sucedía es que la situación se ponía como una olla en ebullición. No había forma de volver al punto de partida así que ahí estábamos las dos, nerviosas, una llorando y la otra casi, sentadas en el suelo la mayor parte de las veces y yo exigiéndole cosas a la pobre que no era capaz de entender como «cállate» o «deja de llorar».

En muchos artículos o libros leo que hay que anticiparse a la rabieta. Vale. Pero, ¿Y si es por todo? ¿Si hemos llegado a un punto en el que todo le produce un estado de ansiedad?

Entonces es ahí cuando tenemos que ver nuestro propio comportamiento. Qué estamos haciendo para que el niño esté así.

Estoy segura que si pudiera verme por un agujerito estos días pasados vería comportamientos que no había hecho hasta ahora. Echando la vista atrás soy capaz de identificar:

– Obligarla a comer

– No cogerla cuando lo pide

– Jugar menos (bastante menos)

– No seguir las rutinas como leer libro, lavar dientes…

– Repetir «noes» como si no hubiera un mañana y con movimientos bruscos, de impaciencia

– Referirme a ella o a la situación con términos negativos «me pone nerviosa», «es insoportable», «no puedo más»…

– Tener una actitud negativa y ya se sabe que lo negativo no atrae premios de la lotería precisamente…

Con todo esto no digo que la única responsable del estado de ánimo de Irene sea yo, ni mucho menos. Digo que cuando nosotros mismos no estamos bien, contribuímos a que ellos estén mucho más en la línea entre la rabieta y la rabieta y que estén mucho más susceptibles.

El post de hoy lo escribo a modo de aprendizaje personal, y para tomarme esta semana pasada como un experimento sociológico.

Como ya he dicho antes, no voy a dar claves para superar las rabietas. Primero porque no me siento en disposición de hacerlo ahora mismo, pero sí quiero destacar algunos puntos en los que quiero basarme las próximas veces que se repitan momenticos como los de esta semana.

1. Lo más importante, lo más, lo más, lo más… Revisar nuestro propio comportamiento. Sómos un espejo, su reflejo. Ellos repiten lo que hacemos nosotros. Y con nosotros no me refiero a tías, abuelos, primos… me refiero a sus padres. Somos sus únicos referentes. Lo que hagan o digan otros familiares puede afectarles momentáneamente pero no va a definir sus acciones. Lo que nosotros hagamos o digamos sí, así que aboguemos por el ejemplo. Si no queremos que griten… ¿se lo pedimos gritando?, si no queremos que peguen, ¿Se lo pedimos con un tas tas en el culo? Hacer un esfuerzo por cambiar esas pequeñas cosas puede parecer digno de un espartano, pero da buen resultado ya que no contribuimos a empeorar la situación.

2. Lo de anticiparse hay veces que es difícil y más cuando la bomba que está a punto de estallar tiene un año… No es fácil determinar qué le está haciendo frustrarse ya que no pueden explicarse. Así que sentarse a observar es un buen método para ver qué le está provocando ese estrés. A lo mejor no puede abrir una caja o tiene hambre o sed, o quiere jugar, o un abrazo… Y por estar nerviosos o queriendo hacer alguna otra cosa no somos capaces de verlo. Este ejercicio ayudará a conocer más a los niños y ver partes de su carácter que probablemente no nos habíamos percatado.

3. La niña llora, la madre se desespera y el impulso es obligarle a comer, dormir, cambiar pañal…. Nunca antes le había obligado a comer, es increíble que esta semana lo haya hecho. Ha sido bueno porque me he reafirmado en mi teoría, un niño que es obligado a comer, no come bien, llora, está a disgusto y las comidas siguientes, tampoco son buenas. Si no tiene hambre, por algo será. Ya comerá, ninguno se muere de hambre teniendo la nevera llena. Lo que no puede ser es que llegue el momento de la comida y se convierta en un campo de batalla. Tampoco me parece una solución cambiarle el menú, atiborrarles a cosas que les encantan como galletas o el jamón.

4. En el trabajo nos cansamos de oír que nuestro estado de ánimo no debe afectar al mismo, que tenemos que estar con una sonrisa, bla, bla, bla. Si estoy enfadada, no me apetece jugar. Y si no me apetece jugar, no existen momentos divertidos, el nivel de estrés aumenta y el resultado ya lo sabemos. ¿Somos conscientes de que un ratito de diversión puede hacer que nos relajemos? Hacer la cama media hora más tarde no nos supone nada.

5. ¡¡Portear!! Esta semana he comprado una suppori porque con la edad de Irene y este calor no puedo estar con la bandolera ni con el mei tai, además de que se sube y baja mil veces. La suppori es una bandolera fija (hay diferentes tallas) de red que hace la función de asiento. Lo que más se ha repetido estos días es que Irene pida brazos y decirle que «no puedo» es lo peor que se puede hacer. Se enfada, llora… ¿Quieres brazos? Toma brazos. Es una etapa…. pasará.

6. Y esto último es lo más importante, ver la luz al final del tunel. Tener niños supone atravesar etapas sin descanso. Supone que les duelen los dientes al tiempo que se cogen catarrillo o que se han hecho una herida, que están aprendiendo a saltar y sóoooolo quieren saltar o que el pañal les molesta. En esos momentos de tensión es cuando hay que mantener la calma, tener la habilidad de cambiar de tercio (que a mi me resulta difícil) y saber distraerlos. Todo pasa. Además, pensar que «son muy listos» o que «lo hace para fastidiar» ni ayuda ni es real. Claro que lo hacen por algo, tienen un motivo y es ese motivo el que tenemos que detectar, satisfacer su necesidad y evitar que llegue a explotar. Dientes, calor, sed, mimos…

Para saber capear estos momentos debemos tener la capacidad de ser empáticos, sin contagiarnos del estado de ánimo del otro. ¿Alguna madre con niños de menos de dos años en pleno apogeo rabietil? ¿Libros recomendables?

A ver qué tal se nos da esta semana. ¡¡Disfrutad del lunes!!

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